El libro que cambia la relación del hombre con los perros

La doctora en ciencia cognitiva Alexandra Horowitz reclama ver y comprender a los perros como lo que son, perros. Y dejar de lado nuestra inclinación natural a humanizarlos. Qué dice el best seller

En general, el común de los mortales tiende a humanizar a las mascotas, y en especial a los perros, como una estrategia para acercarse más y comprenderlas mejor. Pero para la doctora en ciencia cognitiva Alexandra Horowitz, la cuestión es bien diferente.
Horowitz primero se adentró en los laberintos de la cognición humana y luego se dedicó a estudiar la cognición en los rinocerontes y los bonobos hasta dedicarse en los últimos años a estudiar en detalle a los perros.
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De la pila de sesudos y novedosos trabajos de investigación publicó el libro En la mente de un perro. Lo que los perros ven, huelen y saben, RBA (Inside of a Dog: What dogs see, smell, and know, el título original en inglés), que rápidamente se convirtió en best seller global.
Lo que reclama esta profesora de psicología del Barnard College, en la Universidad de Columbia de Nueva York y con razón, es ver y comprender a los perros como lo que son, perros. Y sobre todo dejar de lado nuestra inclinación natural a humanizarlos (antropomorfizarlos).
Horowitz se adentra en las capacidades perceptivas y cognitivas de los perros, y señala que los canes no sólo huelen con precisión táctica cada resto de comida que hay en la casa, sino que también son sensibles a las emociones y al lenguaje corporal de su amo y que registran el paso del tiempo. Eso sí, como perros, no como humanos.
Vida de perros
Las mascotas que son parte de una familia preocupan y ocupan a sus amos. Y en esas ganas de sobreprotegerlos y cuidarlos como humanos sobrevienen las desinteligencias (de vuelta, el riesgo de antropomorfizarlos). Y así es como ambos mundos, humano y canino, en vez de acercarse se distancian.
Los veterinarios acuerdan que los cerebros de los animales funcionan en muchos aspectos de la misma manera que los cerebros humanos, pero con las especificidades propias de cada animal. Y en esa aparente delgada línea está la gran diferencia.
«Un perro es en gran medida el mismo grupo de productos químicos que un ser humano», dijo Marc Bekoff, profesor emérito de ecología y biología evolutiva en la Universidad de Colorado. «Todos los mamíferos comparten las mismas estructuras del sistema límbico para las emociones», explicó Bekoff.
Nick Dodman, director del departamento de comportamiento animal de la Universidad de Tufts, en Massachusetts, rubricó estas ideas a partir de una experiencia con perros de raza Doberman. Dodman señaló que encontró un gen en perros de raza Doberman que está asociado a una forma específica del trastorno obsesivo-compulsivo (TOC) que implica que un animal se obsesione con cuidar compulsivamente un objeto, por ejemplo una manta o una parte de su cuerpo.
Dodman asemeja este trastorno a una enfermedad mental en los hombres conocida como pica, una variante de un tipo de desorden alimentario en el que existe un deseo irresistible de comer o lamer sustancias poco usuales como tierra, tiza, yeso, pintura, pegamento, moho, cenizas de cigarrillo, papel o cualquier otra cosa que no tiene, en apariencia, ningún valor alimenticio.
Cuando el experto de Massachusetts puso a sus doberman afectados por este trastorno dentro de un generador de imágenes de resonancia magnética, notó niveles anormales de actividad en la ínsula anterior derecha, casualmente el mismo lugar del cerebro donde todas esas mismas conductas se manifiestan en el ser humano.
Volvamos a Horowitz. Con el peso de la ciencia a su favor, la psicóloga y doctorada en ciencia cognitiva en la Universidad de California se enfocó en la comprensión sobre el mundo canino analizando información científica. Y así comprendió por qué las mascotas se comportan como lo hacen y profundizó en la relación humano-canina.
Horowitz también descubrió por qué los perros tienen un especial poder para detectar enfermedades en los humanos; en qué radica el poder de su cola y por qué pueden comprender aspectos de la mente humana.
Dice Horowitz en su libro: «Al contemplar a los perros desde la perspectiva del perro, podemos ver cosas nuevas que normalmente no se hacen evidentes a quienes los miran con el cristal de la lógica humana». Y ahí Horowitz sugiere a los dueños a olvidar cualquier tipo de antropomorfismo sobre los canes.
¿Qué otra explicación más natural se podría dar del perro que se queda mirando con pesar cuando su dueño sale de la casa para ir a trabajar, que la de su depresión por verlo partir? Pero la respuesta correcta es: una explicación basada en lo que los perros realmente tienen ganas de sentir, saber y comprender. Es así que para evitar interpretaciones erróneas sobre el mundo canino hay que sustituir el instinto de antropomorfización por un instinto de interpretación de la conducta.
Es sencillo, sentencia Horowitz en su libro: debemos preguntar al perro qué quiere. Lo único que hay que saber es interpretar su respuesta.
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Una de las rutinas que propone la científica es pasar el día desde la perspectiva del perro: mirar el mundo desde su misma altura y sobre todo oler y mirar como un can.
El olfato es un punto que marca una diferencia importante entre ambos mundos, el humano y el canino. Y en el caso del perro, el olfato es sin duda su sentido dominante y el que lo determina.
Los seres humanos no se detienen mucho a pensar en los olores. Son señales menores en una intensa jornada sensorial de la vida cotidiana. Cuando se percibe un olor, normalmente es porque es bueno o malo, pero no se trata de una fuente de información. En cambio, el «perro» huele el mundo, y es tanto o más rico que el visual.

Según varios estudios científicos que recopila Horowitz , lo perros pueden percibir las sustancias que nuestro cuerpo exhala cuando nos adentramos o cursamos una enfermedad. Se han realizado algunos experimentos a pequeña escala que indican que frente a un perro bien adiestrado se puede arribar a un diagnóstico preciso acerca de los olores químicos que desprenden, por ejemplo, los tejidos cancerosos.
A partir de este dato objetivo Horowitz construye un tip valioso: cuando se saca a pasear un perro, hay que ser paciente y dedicarle el tiempo necesario para que pueda «oler el mundo».
El libro de Horowitz remarca las diferencias en la función de los objetos en la casa que habitan; por ejemplo: no poseen la misma jerarquía para el amo y el perro, un smartphone de última generación y una alfombra vieja y maloliente.
Horowitz insiste en que por supuesto que el perro es un animal; pero el perro en realidad es un animal domesticado. Y por eso algunas diferencias con un ancestro lejano, el zorro: el perro mira a los ojos de los humanos para establecer contacto y comunicación. El zorro evita la mirada.
De las investigaciones de Horowitz surge que la domesticación al ser un proceso de la evolución, cuyos factores de selección no han sido sólo las fuerzas naturales, sino también las humanas, su fin último fue llevar los perros a las casas.
Para no perder la condición animal, a los animales domésticos, particularmente los que viven en departamentos, hay que incorporarles más estimulación con juguetes y/ o más tiempo en contacto con la naturaleza.
Dodman, director del departamento de comportamiento animal de la Universidad de Tufts, recomendó cuando una familia lo consultó con un perro de raza border collie por sus síntomas de ansiedad, inscribir al perro en una clase de pastoreo, que es lo que estaría haciendo naturalmente si viviera en una granja. Los perros que vuelven de zonas de guerra también muestran signos de estrés postraumático, nerviosismo, ansiedad, falta de sueño y pérdida de apetito.
En línea con la desmitificación de los cuidados caseros, Horowitz sugiere que no conviene bañarlos todos los días porque implica desnaturalizar los olores del perro, lo que le hace perder identidad.
A la hora del diálogo, los perros entienden las entonaciones y no significados. Y lo que descubre Horowitz es que los perros perciben el paso del tiempo. Por lo tanto a la hora de dejarlos solos, es bueno dejar la casa con luces encendidas, ropa del amo y juguetes para perros para que ellos puedan entretenerse.
Poder de anticipación
Fortaleciendo la mirada sobre el mundo canino, cambiará (y mejorará) la relación entre el perro y su amo. Y para asirse de esta idea central planteada en su libro, Alexandra Horowitz cita al biólogo alemán Jakob von Uexküll, quien dio un vuelco en el estudio científico de los animales, a comienzos del siglo XX.
El científico alemán proponía que para entender la vida de un animal se debe empezar por lo que él llamó su «umwelt», mundo subjetivo o automundo. El umwelt de un perro significa la configuración del mundo para el can, sus propias realidades subjetivas.
Los humanos también tienen su propio umwelt, lleno de objetos de especial significado para ellos.
Distinguir los elementos relevantes del mundo animal –su umwelt– significa convertirse en especialista de ese animal, sea una garrapata, un perro o un ser humano.
Y será la herramienta que se utilizará para resolver el conflicto entre lo que se cree que se sabe sobre los perros y lo que éstos realmente hacen.
De una forma no verbal, el perro sabe quién es su amo, qué hace y cosas sobre él que él mismo desconoce. El perro es un observador sagaz y habitual de los movimientos y comportamientos de su amo y su entorno. Es definitivamente un animal con gran sensibilidad al contacto visual.
El origen de la facilidad del perro para prever las acciones está en parte en su anatomía, y en parte en su psicología. Su anatomía brinda al perro una ventaja de milésimas de segundo respecto a la observación del movimiento. Reacciona antes de que su amo vea que hay algo a lo que reaccionar. Son las cruciales psicologías de la anticipación –prever el futuro por el pasado– y de la asociación. Pero para que el perro pueda anticiparse a lo que su dueño va a hacer necesita estar familiarizado con sus movimientos habituales.
En tiempos de «mascotización» de los perros, sobre todo en las grandes urbes contemporáneas, Horowitz señala que los seres humanos parecen querer librarse de la parte animal del perro.
Y esta idea cobra fuerza si se asume que se ha reducido en muchos casos a cero el factor animal de un perro. Por ejemplo, al eliminar su sexualidad prácticamente por completo, se los alimenta con alimentos industriales y desinfectados, se los viste y protege de la lluvia y el sol, y se limita su campo de interacción con el exterior a lo que permita la correa y la disponibilidad del horario del paseador.
Por esto Horowitz plantea que la alternativa al antropomorfismo no está simplemente en tratar a los animales exactamente como criaturas no humanas. Incluso se aparta de los biólogos más puristas que dicen que no hay siquiera que darle un nombre a un perro, para no condicionarlo. Por el contrario Horowitz no sólo apela a darle un nombre, para iniciar esa relación entre humanos y perros, sino también a reforzar el vínculo afectivo entre la persona y el animal basado en la comprensión y no en la proyección de la primera sobre el segundo.
FUENTE: INFOBAE.COM